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Dejemos de defender las ruinas

  • Foto del escritor: Francisco M. Sánchez Jáuregui
    Francisco M. Sánchez Jáuregui
  • 22 ago 2024
  • 4 Min. de lectura

Hasta ahora, para algunos, todo ha sido resistir, para nosotros, es indispensable comenzar a construir una alternativa a la 4 Transformación, con paciencia, convicción y principios que contrasten con el progresismo lopezobradorista, porque cuando se quiso imitar a López Obrador con una candidata que le emulaba y sin un proyecto claro de transformación, se fracasó rotundamente.

Opinión | Libres

22 de agosto de 2024.- Las batallas por la reforma del Poder Judicial y la sobre representación del oficialismo son pasos firmes en la ruta de la llamada «4 Transformación de México», de la misma forma que lo fueron: la cancelación del aeropuerto de Texcoco, la creación de la Guardia Nacional, la desaparición de los organismos autónomos, la nueva escuela mexicana, la reforma electoral, la restauración de PEMEX y toda la serie de cambios de gran calado que impulsa el grupo en el poder. Pero, mientras las élites de la oposición sigan tratando de librar una guerra de guerrillas para salvar la «democracia», seguirán acumulando derrotas políticas y perdiendo base social.


La expresión «4 Transformación de México» no es una frase de marketing político, ni la síntesis de una narrativa articulada desde el poder, es un verdadero programa de transformación social que, como todos los procesos políticos de gran calado, requiere paciencia y convicción, cualidades que López Obrador ha sabido acuñar. Por el contrario, sus adversarios no han tenido paciencia, no tienen un programa de transformación social propio, no entienden el juego en el que el Presidente les ha metido.


México es un país con muchas heridas, con una base social rota y sin vertebración. El periodo neoliberal que inició con Miguel de la Madrid, que se maximizó con Carlos Salinas y se defendió durante los gobiernos de Zedillo, Fox, Calderón y Peña tuvo muchas ventajas para las élites actuales, permitió que México se insertara en la globalización con mayor destreza, pero también debilitó el tejido social  de tal forma que para López Obrador, que conoce como pocos la naturaleza del sistema político mexicano, hoy parece difícil de restaurar con un poder político débil, compartido y sometido a factores reales de poder como el narcotráfico. Para el Presidente, que tiene una visión callista del ejercicio del poder, la atención de las consecuencias sociales del proyecto neoliberal requiere de instituciones fuertes, centralizadas y sin condicionamientos externos. Lo ha dicho hasta el cansancio, la cuarta transformación es una «revolución pacífica» de la que ha de surgir una nueva realidad política, un cambio sistémico.


Los que siguen pataleando por la democracia y sus instituciones autónomas, que configuramos al desdibujamiento del partido hegemónico, tienen razón al advertir que es un esfuerzo autoritario y de destrucción de las instituciones de la transición que facilitaron Salinas y Zedillo. Hasta López Obrador ha dicho, sin vergüenza y reconociendo una contradicción, que la reforma del Poder Judicial es antidemocrática pero que es «la voluntad del pueblo”. No niega el camino hacia la restauración de la hegemonía política, una condición que él considera inevitable, desde su visión, para restaurar el tejido social. López Obrador cree que es indispensable retornar al Partido-Estado como el garante del orden y la organización social, al estilo de Obregón, Calles y Cárdenas, entiende que  se deben subordinar todos los factores reales de poder al Presidente de la República y este, con un ejercicio firme, dé dirección a los destinos de México.   


No estoy diciendo que lo que hace el Presidente sea plausible, ni que él sea el más indicado para liderar el proceso de transformación que requiere México pero, los demás factores de poder que pueden configurar la transformación social que la mayoría del pueblo de México ha querido acelerar —eso parece el refrendo que recibió la 4 Transformación en la elección de junio pasado—, siguen sin darse cuenta que los únicos que tienen una ruta en marcha de transformación social son la facción de López Obrador y sus aliados. Los partidos de la oposición, la mayoría de las élites económicas, la jerarquía de la Iglesia Católica y muchos de sus líderes laicos mantienen una guerra de guerrillas que parece aspirar únicamente a contener los cambios, sin ofrecer una ruta alternativa tan clara y comprensible popularmente como la de López Obrador. Ese es el verdadero problema.

Para el Presidente, que tiene una visión callista del ejercicio del poder, la atención de las consecuencias sociales del proyecto neoliberal requiere de instituciones fuertes, centralizadas y sin condicionamientos externos. Lo ha dicho hasta el cansancio, la cuarta transformación es una «revolución pacífica» de la que ha de surgir una nueva realidad política, un cambio sistémico.

La 4 Transformación seguirá avanzando sin contrapesos. Así será mientras los factores de poder alternativos al binomio MORENA-Crimen Organizado, sigan empeñados en una dinámica de resistencia y defensa de causas impopulares, o por lo menos incomprensibles para las mayorías, entiéndase: la lucha por la «democracia», la sobre representación, la carrera judicial o la defensa de los organismos autónomos.


Con todo y su evidente abuso de poder, esas batallas  las ha ganado López Obrador porque él las enmarca en un proyecto de transformación y nadie le ha disputado eso con una mejor propuesta y una ruta alternativa de renovación política. El pueblo entiende que es peligrosa la acumulación del poder, pero ante la ausencia de otro proyecto de transformación que sea esperanzador, la base social seguirá optando por los «malos conocidos» que son los que ahora mismo ofrecen un cambio.


Hasta ahora, para algunos, todo ha sido resistir, para nosotros, es indispensable comenzar a construir una alternativa a la 4 Transformación, con paciencia, convicción y principios que contrasten con el progresismo lopezobradorista, porque cuando se quiso imitar a López Obrador con una candidata que le emulaba y sin un proyecto claro de transformación, se fracasó rotundamente.


Dejemos de defender las ruinas y comencemos a construir el nuevo país que necesitamos dejar a nuestros hijos. Dejemos de gastar energías en la resistencia y pongámonos en acción porque, como diría el ilustre periodista católico Don Trinidad Sánchez Santos: «En México, toda la obra social está por hacer».

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